martes, 26 de octubre de 2010

La hora de la estrella (Clarice Lispector)

La novela es, en principio, la historia de Macabea, una muchacha del nordeste de Brasil, representante quizá, imagino, de muchas “Macabeas” y “Macabeos” reales, hombres y mujeres que habitan esa sociedad nordestina; pobres, subeducados, privados de muchos rasgos de humanidad, de dignidad, despojados de deseo, tan desconocedores de la felicidad como de la infelicidad, porque no alcanzan siquiera a conocer el concepto.

“Hasta no estaría nada mal ser un vampiro, porque le vendría bien un poco del rosado de la sangre en lo amarillento del rostro, ella que parecía no tener sangre a menos que viniese un día a derramarla.”

Pero “La hora de la estrella” es mucho más que eso, porque Macabea cobra vida (¿vida?, qué paradoja, pero quizá finalmente así sea) en las palabras de Rodrigo S.M., escritor de Río de Janeiro, de clase social media alta, instruido, diametralmente opuesto a la realidad social de Macabea y, sin embargo, tan cercano en su mortalidad.

Rodrigo S.M. narra la historia de Macabea, pero a la vez se narra a sí mismo en el proceso de creación de la muchacha, y es determinante para la novela la tensión entre estas dos narraciones, o entre la narración y la meta-narración, porque Macabea no es sin Rodrigo y Rodrigo se descubre, se muere y se salva a través de Macabea. Porque él es de algún modo Macabea y tratando de salvar a la muchacha intenta salvarse a sí mismo.

“Así es. Parece que estoy cambiando mi manera de escribir. Lo que pasa es que sólo escribo lo que quiero, no soy un profesional y necesito hablar de esa nordestina sino me ahogo. Ella me acusa y el modo de defenderme es escribir sobre ella. Escribo con los trazos vivos y ríspidos de la pintura. Estaré lidiando con los hechos como si fuesen las irremediables piedras de las que ya hablé.”

Rodrigo S.M. va dando vida a una muchacha que está muerta en vida y, paradójicamente, la va llevando hacia la muerte, o a la conciencia de la muerte, que no es otra que la conciencia de la vida, y con esto le regala un último destello que la engrandece, y a él, quizá, le traiga una ráfaga de alivio.

Clarice Lispector murió al poco tiempo de escribir esta novela. Me resulta imposible no pensar ese último destello de Macabea como el último gran resplandor de Clarice buscando el alivio de su propia muerte.

Impecable.

Dejo otro pasaje de regalo:

“Discúlpenme pero voy a seguir hablando de mí, que soy mi desconocido y al escribir me sorprendo un poco más porque descubrí que tengo un destino. ¿Quién no se preguntó alguna vez: ¿soy un monstruo o esto es ser una persona?
Quiero antes dar fe de que esta muchacha no se conoce sino a través de ir viviendo sin rumbo. Si cometiese la tontería de preguntarse '¿quién soy yo?' caería extendida y de lleno en el suelo. Es que '¿quién soy yo?' provoca necesidad. ¿Y cómo satisfacer la necesidad? Quien se indaga está incompleto.”

miércoles, 13 de octubre de 2010

Releer la historia

Me descubre Sofi, 6 años, terminando una novela. Me dice: "cuánto que leíste!". Entonces le cuento que me da tristeza cuando estoy llegando al final de un libro. "¿Por qué?", pregunta. Trato de explicarle esa sensación de duelo que tengo cuando una historia se acaba, "porque no quiero que se termine", digo, "porque los voy a extrañar". Sofi me mira con cara de que no entiende del todo de lo que le hablo, (creo que entinde la parte del "no quiero que se termine" pero no la parte de la trsiteza) y finalmente me dice "y leelo otra vez". En ese instante entendí dos cosas: una, por qué los chicos tienen esa fascinación por escuchar la misma historia cien veces, y la otra, que para un adulto no hay posibilidad de volver a leer la misma historia, aún cuando efectivamnete decidiera empezar el libro otra vez. Y ahí me di cuenta de que no sólo se reescribe la persona sino que también se relee la persona. Quizá por eso tengo esa sensación cuando voy llegando a las páginas finales de un libro.

lunes, 11 de octubre de 2010

Reescribir la historia

Me dijo Pablo Ramos citando a Abelardo Castillo: "no se reescriben las historias, se reescribe la persona". Y en esa frase escuché exactamente lo que, aun sin poder decir, sabía que me pasaba (o más bien que no me pasaba) con la escritura. Es decir que al corregir un cuento, uno no corrije el cuento, se corrije a uno mismo, como persona. Hace unos siete u ocho años, decidí empezar a escribir activamnte porque era la única manera que tenía de volverme yo misma. Escribí. Como pude, como supe, cuánto pude, quizá menos de cuánto hubiese querido, pero escribí. Ahora estoy segura de que es momento de reescribir la historia, porque en mi porpia escritura descubro que puedo ser algo más, algo distinto y, quizá, hasta algo mejor de lo que escribí hace un rato cuando fui eso que escribí y no quiero o ser o, tan sólo, no puedo seguir siendo.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Ayer, mañana y volver

Ayer empecé a volver, volver de verdad, empecé a volver a escribir y a adueñarme, otra vez, de mis palabras, si es que alguna vez fui su dueña de verdad.
Ayer me convencí de que solo se puede escribir desde las entrañas y me prometí que a partir de hoy, que ayer era mañana,voy a escribir desde donde me convencí ayer.
Porque ese nudo en las tripas sino es insoportable.
Porque sino no tiene sentido este blog.
Porque me estorba el miedo.
Porque golpea el deseo.
Porque sólo a veces decido abrirle.
Porque cuando le abro me encuentro.
Porque ayer las entrañas de otro
despertaron mis entrañas
y hoy
que ayer era mañana
decidí volver
a ser
dueña
de
mis
palabras.